Joel, Naturaleza y Sociedad. (Primera parte)

“Qué difícil que es meterse en la cabeza de otro. Por más que uno haga su máximo esfuerzo, nunca va a poder `VER´ el mundo desde el lugar en donde el otro se pare. Siempre van a quedar resabios, manchas, sombras de nuestro propio mundo al tratar de transferirnos al suyo. Cada uno es un Ser distinto; nunca debiéramos apresurarnos para juzgar al otro, pues nunca sabremos con exactitud que porción del mundo le toca mirar. Y mientras más nos alejemos de su mundo para mirarlo desde el nuestro, más rasgos de su individualidad iremos a juzgar. Quizá, un buen comienzo para comenzar a erradicar esta intolerancia que nos sofoca, podría darse si, al momento de juzgar un hecho particular, y luego de haberlo visto desde nuestro lugar en el mundo, nos parásemos lo más cerca posible del suyo, tratando de entender su pasado, su presente y lo que posiblemente podrá llegar a ser su futuro. Deberíamos partir, también, de la premisa “sólo mataría si me matan” que casi incoherentemente gobierna nuestros sentidos. Matar nunca es una opción. Y si para alguien lo es, deberíamos tratar de entender qué pudo haber llevado a ese Ser Humano a tamaña decisión. Y seguramente sin necesidad de hacer mucho esfuerzo podríamos llegar a la conclusión de que el que llega al punto en que la vida de otro no vale nada, es porque la suya, tampoco. Pero lamentablemente, parece ser que siempre que la sangre chorrea, los tiburones se hacen un festín. Cada día nos acercamos más a entender la diversidad que nos rodea; pero a su vez, mientras más cerca estamos, con más violencia la negamos. Si tan sólo pudiéramos reconocer ese sexto sentido del que tanto se habla…”
              Veintiséis años, trescientos sesenta y tres días, cinco horas y cuarenta y nueve minutos le llevó a Joel llegar a esta conclusión. Quizá a causa de ser el menor de tres hermanos y poseer la libertad absoluta que sus padres le otorgaron fácilmente para actuar, es que Joel concibió esa libertad de pensamientos. Siempre le costó entender que la gente no lo entendiera. Y constantemente se esforzó para tratar de comprender esa incomprensión. Es por esta razón quizá que siempre haya sido un chico tímido, solitario, cerrado y misterioso. Constantemente a lo largo de su vida necesitó pararse primero como observador de una situación, y recién luego ponerse a actuar. Lo que comúnmente se llama “no impulsivo”. Lo único que nunca supo darse cuenta es que en ese afán por tratar de comprender y dedicarse a analizar (y en consecuencia no interactuar como habitualmente se espera), es que la gente nunca llegaba a comprenderlo. Pero ante tal situación, su astucia siempre fue muy grande, fue la que gobernó sus sentidos, porque siempre encontró determinadas personas para poder abrirse y ser comprendido aunque sea por una de ellas, negando de esta manera que el problema fuera suyo. Las relaciones con “el otro” siempre le resultaron traumáticas. Hasta en sus vínculos más cercanos siempre fue, etiqueta social preexistente, “el contra”, ya que fue el que cuestionó y desdobló el significado (o título) de la relación: sólo pudo mantener una relación amorosa seria en toda su vida; sus amigos siempre se desencantaron de su sinceridad y su personalidad; y su familia nunca pudo y/o quiso verlo en su totalidad. Como prueba de esta relación conflictiva con los otros, está su propio nombre “Joel”. Cuando la boca de una persona lo expulsa con la pronunciación típica de la jota, le brota en su interior un estado de cólera absoluta. Casi impulsivamente se ve obligado a aclarar que prefiere que se refieran a él con el par de sílabas “Yo-él”. Absurda necesidad de mantener distancia. ¿Absurda? ¿Por qué? Nunca nadie ha llegado a vivir en la cabeza de Joel, por lo que nunca nadie podrá saber con seguridad que esa decisión de mantener distancia fuera absurda en su mundo. ¿O acaso alguien duda, todavía, que la conclusión que le llevó a Joel veintisiete años descubrir, es muy correcta? Estaríamos subestimando su capacidad si así fuera, ya que no verlo, no entender su propia realidad, implica por ende que no podamos respondernos nunca a la pregunta “¿Por qué estoy leyendo esto todavía?”. Hay algo en su personalidad; hay algo en su forma de pensar; hay algo, en definitiva, en su forma de significar y sentir que nos llama poderosamente la atención. Sabemos que algo tiene para decirnos este hombrecito; sabemos que siendo como es, algo importante le habrá pasado o le podrá pasar. Y sin la necesidad de ser muy inteligentes, podríamos fácilmente formularnos la pregunta: ¿Qué es lo que se tiene para decir de Joel, Naturaleza y Sociedad?

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