domingo, 18 de julio de 2010

INVIERNO Y LLUVIA

INVIERNO Y LLUVIA



Qué injusta que es la vida con algunas palabras. ¿Cómo es posible que un par de simples letras significando una realidad puedan tener una carga simbólica denotativa tan, pero tan negativa? Vaya a saber uno en que tipo de especie nos hemos convertido; pero con seguridad, si nos detenemos a analizar unos momentos, descubriremos que estamos muy lejos de lo que deberíamos Ser. Me resulta casi incómodo tener que tratar de explicar una obviedad tan grande, pero a veces es necesario que alguien nos ponga un freno y nos haga ver a nuestros alrededores. Quizá peque al explotar a continuación aquel rasgo que más atenta a sentirme dentro del mundo de las rarezas, pero puedo asegurar con orgullo que, a veces, se siente muy lindo. Por qué, tal vez, pueda sonar raro cuando diga sin sonrojarme y triunfante que AMO EL INVIERNO, Y MÁS AÚN CUANDO LLUEVE. Lo bueno es que la rareza se termina convirtiendo en un “efecto de sentido” en el otro cuando uno puede expresar lógicamente sus sentimientos. Y eso es lo que pretendo hacer acá. Plantaré bandera; me posicionaré, escondido en este vaivén de palabras, como un ferviente defensor del frío y la tempestad. Y reconozco que esta posibilidad no sería posible si no me encontrara en aquel día que, algunos dicen, “Dios creó para descansar”. Bendito Domingo, frío y lluvioso, que me obliga a encontrarme conmigo mismo en las paredes de mi hogar. Hogar, que en definitiva, es propio, nuestro, nos identifica. No quiero que esta propiedad del hogar suene a una inconsciente defensa a la propiedad privada, ya que no estoy hablando del placer de poseer un hogar; sino del placer que da sentirlo como parte de uno (y del cual considero que TODO SER HUMANO debería poder darse el lujo de poseer). Ya que, en definitiva, es en su hábitat donde uno deja huellas desparramadas por todos los rincones de su Ser, de su forma de ser y de lo que tal vez nos gustaría Ser. El Invierno y la Lluvia no son más que momentos; que condiciones climáticas específicas en nuestra vida. Forman parte de nuestro “contexto”, el cuál es dado a nuestra vida para que nos adaptemos. Por lo menos, así funciona el Mundo; así funciona la Naturaleza o, mejor dicho, así debiera funcionar. Y nosotros, por más que constantemente intentemos huir de su dominio, no podemos dejar de ser parte de ella.



Es increíble lo estúpido que nos hace ser objetivamente razonables. Como raza nos enorgullecemos de tener la capacidad de no sólo adaptarnos, sino también transformar el Mundo que nos fue dado. Seguimos con una ceguera aberrante un viejo par de filosofías baratas y zapatos de goma que nos dicen que somos nosotros, los Seres Humanos, con nuestro pensamiento, los que construimos “lo natural”; que las cosas no existirían si no son primero pensadas. ¡Cuánta soberbia en ese pensamiento! ¿Realmente ustedes creen que es posible que si nuestra especie fuera exterminada de la faz de la tierra el aire no seguiría corriendo; los árboles creciendo; la lluvia haciéndole cosquillas gota a gota a la tierra; o el invierno crudo y espeluznante dejaría de existir? Somos piezas, fichas, en este juego que algunos osan llamar Naturaleza. No seamos obtusos y entendamos que no depende de nosotros crear las reglas de este juego; simplemente debemos cumplirlas y jugarlas. Y, cómo en todo juego, la idea es divertirse y no ganar. Quizá sea por esto que amo el invierno y la lluvia, en un Domingo cualquiera, del corto tiempo que se me ha dado para disfrutar la materialidad de mis, hasta ahora, veintisiete años de existencia. Será qué haya encontrado aquel maravilloso equilibrio del cuál Mario Benedetti hablara en “La borra del café”, el causante de tal sentimiento:


“…Aquel suceso hizo que me sintiera vacío, ausente, distanciado. Del mundo, de la historia, del futuro. Tuve la sensación de que las decisiones trascendentales serían inevitablemente tomadas por otros, que yo siempre estaría al margen y que mi única posibilidad (no olvides que entonces me dedicaba al atletismo) era correr por el andarivel que otros me adjudicaran. Después pasan los años y uno aprende que las cosas no son tan inamovibles, que siempre queda un segmento de decisión del que uno es responsable y de cuyo compromiso no te podés librar tan fácilmente. Cuando por fin llegás a la conclusión de que el mundo es enorme pero que tu mundo es chiquito, ahí empezás a recuperar el equilibrio, bah, ese poquito de equilibrio que nos tocó en el reparto y que no hay que dilapidar.”



Bajo la tutela de este equilibrio es que me permito el atrevimiento de expresarles que si el invierno y la lluvia les resultan desagradables, es porqué algo no están entendiendo, algo se les está pasando; algo, en definitiva, les está haciendo perder el equilibrio. Yo, por mi parte, agradezco la posibilidad de poder disfrutar un día frío y lluvioso, y mucho más aún cuando ese día es mi día de “descanso”. Será por eso que quedarme en mi hogar me hace bien; será por eso que el “calor” de mi casa me reconforte tanto; será por eso que pueda sentarme a escribir lo bien que me siento un día cómo hoy. Quizá, y de una vez por todas, sea por eso que a veces me siento un tipo raro. Pero no es casualidad que pueda ser al mismo tiempo el tipo que se siente orgulloso de sentirse Feliz. Por todo lo dicho hasta aquí, y por mucho más también que no me he dado el lujo de expresar, es que no puedo dejar de maravillarme al ver cómo es que el Invierno y la Lluvia, aquella combinación tan odiada por la mayoría, me inspira tanto. Será consecuencia de mi soledad que yo pueda disfrutarme tanto.

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